lunes, 9 de mayo de 2011

San José y el sacerdocio

1.- José respondió que “sí” a la llamada de Dios. Y sabemos que este sí de Jose se hizo en la oscuridad, en las dudas. El, al inicio, no comprendió nada de lo que estaba ocurriendo en María, con la cual estaba desposada y se le presentó encinta por el Espíritu Santo, pero la respetó y esperó una aclaración del Cielo. Nos cuenta san Mateo la angustia de José, no dudaba de la virtud de María, pero se tuvo que enfrentar a algo que a todas luces era evidente, su esposa esperaba un hijo y él, su legítimo esposo, no había tenido intervención alguna.
San José nos dió una lección de docilidad. Aceptó plenamente la revelación divina sobre el Misterio del Verbo Encarnado en su esposa, la Santísima Virgen. “Él, solo, con Dios y su conciencia, con serenidad, sin lamentos, sin buscar apoyos en los que descargar al menos una parte de su responsabilidad, sin pedir explicaciones, sin hacer comentarios, en silencio, fiado de Dios, obedece (...) con docilidad y encuentra la paz. Ha puesto toda su vida en manos de Dios y está siempre a la escucha, al acecho de sus mandatos” . También hoy el “sí” a aceptar el designio de Dios sobre uno, a aceptar la vocación al sacerdocio, debe realizarse con muchas dificultades, sociales y personales. Implica un abandonarse en el Señor, en dejar las “seguridades” del mundo para decir que “sí” una misión difícil y que no se entiende sin una llamada divina. El ejemplo de abandono en Dios de San José, en las dudas y en la oscuridad, es importante para los jóvenes que quieran lanzarse a la aventura de servir al Señor con todo su ser en el ministerio del sacerdocio ministerial.
El Papa Benedicto XVI ha dicho a los sacerdotes que “en una relación de confianza con vuestros obispos, fraternamente unidos a todo el presbiterio, y con el apoyo del Pueblo de Dios que se os ha confiado, sabréis responder con fidelidad a la llamada que el Señor os hizo un día, como llamó a José para que cuidara de María y del Niño Jesús. Queridos sacerdotes, que seáis fieles a las promesas que habéis hecho a Dios ante vuestro Obispo y ante la asamblea. El Sucesor de Pedro os agradece vuestro generoso compromiso al servicio de la Iglesia y os alienta a no dejaros turbar por las dificultades del camino. A los jóvenes que se preparan para unirse a vosotros, así a como los que aún tienen inquietudes, quisiera reiterarles la alegría que comporta el entregarse totalmente al servicio de Dios y de la Iglesia. Tened la valentía de ofrecer un "sí" generoso a Cristo” .
A San José se le encomienda la promoción de las vocaciones sacerdotales. Es una buena oportunidad, cada año en motivo del Dia del Seminario, para orar por esta intención y por todos los sacerdotes, por la necesidad que la Iglesia y el mundo tienen de la labor santificadora de todo sacerdote fiel a su misión. Los sacerdotes son las manos, los pies, los ojos, la mente, el corazón de Cristo; los canales y medios por los que Cristo se va a comunicar a la humanidad. Hacen falta urgentemente muchas vocaciones sacerdotales. Hoy, como bien sabemos, los jóvenes encuentran muchas dificultades para escuchar y para seguir la llamada de Dios, necesitan de la valentía y audacia de San José.
2.- San José, un amor sin poseer. El matrimonio de José y de María fue verdadero matrimonio, sentencia cierta del Aquinate y del tomismo frente a los que lo negaron –Juliano, Pelagiano, Graciano, Wiclef, Calvino y otros. Se afirma que el matrimonio de José y María, aunque no tuvo unión carnal, fué más perfecto ya que –al no haberla- expresó más profundamente la primera perfección del matrimonio que es, según Santo Tomás, la forma que produce la especie “la unión indivisible de las almas”, el amor mútuo irrevocable, y que es siempre la condición indispensable para el uso del matrimonio, al cual de forma implícita estaban abiertos José y María, que no explícita: “consintieron en la unión conyugal, mas no expresamente en la unión carnal, sino con esta condición: ‘si a Dios agradare’” , esto es, que no se excluyó el uso del matrimonio sino sólo por una disposición divina. En resumen, este matrimonio fué perfectísimo: el vínculo conyugal, que consiste en la indivisible unión de los espíritus, en el amor; y el amor de José y María fué purísimo, incomparable, y, más profundamente, fué símbolo de la unión de Cristo y la Iglesia.
El Papa Benedicto XVI ha definido este amor de José como un amor sin poseer: “José tomó consigo a María. Acogió el misterio que había en ella y el misterio que era ella misma. La amó con ese gran respeto que es el sello del amor auténtico. San José nos enseña que se puede amar sin poseer. Al contemplarle, cualquier hombre o mujer, con la gracia de Dios, puede ser llevado a la superación de sus dificultades afectivas, a condición de que entre en el proyecto que Dios ha comenzado a realizar ya en los que están cerca de Él, como José entró en la obra de la redención a través de la figura de María y gracias a lo que Dios ya había hecho en ella”. El celibato, signo de consagración y signo escatológico que lleva a los que participan del sacerdocio de Jesucristo a llevar su mismo género de vida, se puede también llamar un amor generoso, entregado, sacrificado, de renúncia en Dios y que es fuente de alegría. Un amor arraigado en el Corazón de Cristo que se debe transmitirse en toda la vida y el ministerio del sacerdote, que no entrega su tiempo o su trabajo, sinó que se entrega todo él en oblación por la salvación de aquellos a quien tiene encomendados, un amor que, como el de José, renuncia a la posesión y que se debe extender a todos. Así como José vivió una paternidad no natural, no biológica, el sacerdote con la ley del celibato, “más que perder el don y el oficio de la paternidad, lo aumenta hasta el infinito, porque, si no engendra hijos para esta vida terrena y caduca, los engendra para la celestial y eterna” .

3.- Subordinación a Cristo y maestro de vida interior. Cristo. San José tuvo la vocación y la misión de ser el padre putativo, custodio y protector de Jesús, el Hijo de Dios, Único Mediador entre Dios y los hombres, y Sacerdote eterno. La vida de José ayuda y enseña a los sacerdotes a custodiar el tesoro que llevan en vasijas de barro y en ordenarse siempre a la voluntad de Dios. No és nunca la persona concreta del sacerdote la que está en primer plano, el primado debe corresponder a Dios: el sacerdote, como José, debe vivir siempre como un sevidor, instrumento que señala y lleva a Cristo. Orígenes escribió que "José entiende que Jesús era superior a él mientras le era sumiso, y a sabiendas de la superioridad de su menor, José le mandaba con temor y mesura. Que todos reflexionen: a menudo, una persona de menor valía es colocada por encima de gente mejor que él, y a veces ocurre que el inferior vale más que aquel que parece mandar sobre él. Cuando alguien que ha sido elevado en dignidad comprenda esto, ya no se hinchará de orgullo por su rango más alto, sino que sabrá que su inferior puede ser mejor que él, al igual que Jesús estaba sujeto a José" . Esto también es una dimensión muy sacerdotal, el ser servidor, partícipe del único Sacerdocio de Jesucristo, y así ha sido destacado por los pontífices. Benedicto XVI comenta, en ese sentido que: “el sacerdocio ministerial conlleva una honda relación con Cristo que se nos da en la Eucaristía. Que la celebración de la Eucaristía sea verdaderamente el centro de vuestra vida sacerdotal, y así será también el centro de vuestra misión eclesial. En efecto, Cristo nos llama a participar en su misión durante toda nuestra vida, a ser sus testigos, para que se anuncie a todos su Palabra. Al celebrar este sacramento en nombre y en la persona del Señor, no es la persona del sacerdote la que ha de ponerse en primer plano: él es un servidor, un humilde instrumento que señala a Cristo, porque Cristo mismo se ofrece en sacrificio para la salvación del mundo” . El don del sacerdocio no es para sí, sino para los demás, es servidor: “hombre de Dios, ministro del Señor; puede realizar actos que trascienden la eficacia natural, porque obra in persona Christi; a través suyo pasa una virtud superior, de la cual él, humilde y glorioso, es, en determinados momentos, instrumento válido; es cauce del Espíritu Santo” . O, más recientemente, de nuevo Benedicto XVI: “Dios se vale de un hombre, el sacerdote, con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor. Esta audacia de Dios, que se abandona en las manos de seres humanos; que, aun conociendo nuestras debilidades, considera a los hombres capaces de actuar y presentarse en su lugar, (…), que Dios nos considere capaces de esto” , esta es la grandeza del sacerdocio.
Esta subordinación a Cristo, este negarse a sí mismo para que Cristo viva en el sacerdote, no se realiza sin oración, sin contemplación. San José vivió junto a Jesús, estuvo con aquel Niño que tenía en sí un misterio de divino alcance que le sobrepasaba. Con el Niño Dios compartió horas de trabajo y de vida de familia; a Jesús dirigió todo su amor de padre; de Jesús recibió todo el amor de hijo, aún sin serlo biológicamente. Se ha dicho que San José, por esta relación con Jesús, es el primer contemplativo: “Dios le va revelando sus designios y él se esfuerza por entenderlos (…). San José, como ningún hombre antes o después de él, ha aprendido de Jesús a estar atento para reconocer las maravillas de Dios, a tener el alma y el corazón abiertos, (…). José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado y ha cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior?. La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él” . Una vida interior indispensable para los sacerdotes, que deben vivir en una oración contínuo para llenarse de Dios y unirse cada día más a su Santa Voluntad: “esta asidua unión con Dios se consigue y conserva en los diversos ejercicios de piedad sacerdotal, muchos de los cuales, los más importantes, están ya mandados por la Iglesia en normas sapientísimas, como la oración mental cotidiana, la visita al Santísimo Sacramento, el rosario y el examen de conciencia. Y es también una estricta obligación contraída ante la Iglesia cuando se trata del rezo diario del oficio divino” .

(Fragment d'un article publicat a la revista Cristiandad de Barcelona, en el numero de març del 2011)

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